31 agosto 2022

Os cedo el testigo.

 El otro día publiqué en mi cuenta de Instagram una imagen parecida a esta:



(La original no la encuentro por ningún lado, leñe).

El caso es que las instrucciones del post eran claras: continúa la historia tal cual está en el último comentario que veas publicado.

Ocurrió que nos vinimos muy arriba y quedó una historia muy larga. Mi idea, en un principio, era subirla a stories, pero después de ver que son casi 740 palabras, me parece que lo mejor es ponerla por aquí. Así quedará para la posteridad.

No me enrollo más. Aquí tenéis la historia que hemos creado entre todas:

"Meto la punta de los dedos en el agua y una corriente me sube por las piernas. Desde pequeña sufro de talasofobia y cada vez que intento meterme en el mar, sucede lo mismo.

Me paralizo en la orilla y mi mente divaga con lo que puede estar esperándome más allá.

Como soy valiente, cojo mis gafas y aletas y allá voy.

Me dirijo por la orilla al chiringuito más cercano. Algo toca mi pierna de repente y me paralizo. Era un plástico. Me río de mí misma y sigo adelante.

El chiringuito me permite disfrutar de la visión del mar mientras saboreo una cerveza. Apoyo las gafas y las aletas en el mostrador. Sonrío al camarero y le digo con mi expresión más divertida:

–¿Cuántos margaritas me das si te bailo con esto puesto delante de todo el mundo la canción que tú elijas?

El tío se echa las canas grasientas para atrás y me mira con asco. Un palillo reuda por su lengua y su carraspeo flemoso de fumador veterano me da escalofríos. Siempre que hago esto suele funcionar. Como mínimo un par de copas y una conversación me las llevo. Pero es verdad que suelo tener otro público. ¿Dónde está el muchacho que me pareció ver al llegar?

–¿La canción que yo elija? –pregunta el camarero. Afirmo sonriente–. Ve subiendo a la barra, que voy preparándola…

Huyo mientras no mira y me dirijo de nuevo al mar. Me sumerjo con el vaivén de las olas y me dejo llevar. Una ola, otra, otra… Una última sacudida y mis gafas van a parar al fondo del mar. Mi corazón palpita con tal fuerza que dejo de sentir mi propia respiración. Mi cuerpo no reacciona. ¿Qué me está sucediendo?

Miro al cielo. No lo puedo creer. Mis brazos duelen muchísimo, lo mismo las piernas. Una extraña sensación de desconcierto recorre mi cuerpo. A lo lejos escucho ecos de voces olvidadas. Después solo sobrevino la oscuridad.

Veo al muchacho del bar. Lo miro, le sonrío y le pestañeo con todo el glamour del de que soy capaz. En ese momento siento un pinchazo intenso y rompo el momento mágico.

–¡Leches! –exclamé–. ¡Algo me ha pinchado el culo!

Me lo tomo a risa, pero de repente siento que mi culo se agranda un nivel que no sabía si explotaría en cualquier momento. Maro hacia donde él está, pero ya no era él. No sé qué está pasando ni en qué se ha convertido. Viene hacia mí, parece uno de esos bichos de Harry Potter, pero aun así, siento curiosidad por saber qué va a pasar.

Es un mosquito del tamaño de una gaviota. Intento quitármelo de encina golpeándolo con las aletas, pero el bicho no cede ni un milímetro.

Me hago la valiente de nuevo y salgo del agua. Voy poco a poco sin pensar demasiado en lo que hay debajo del agua. Algo roza mi pierna otra vez y me agarro a lo primero que encuentro y no es otra cosa que un brazo moreno. Subo la mirada hasta que me doy de bruces con unos ojos verdes que me miran extrañados.

Me estoy volviendo loca con el mosquito zumbando en mi oído. Agarrada del brazo del chico que me mira como las vacas al tren y mi miedo al agua, que con el mosquito el miedo era menos miedo. De repente una mano golpea mi cara y miro de dónde viene. La autora de semejante guantazo es una rubia solicitada que me mira con cara de asco.

–¿Qué narices haces cogiendo el brazo de mi novio?

Me mira altiva y ahí me quedo con mi cara ardiendo por el guantazo, la picadura del mosquito en mi trasero y pálida porque no puedo moverme del sitio.

El chico, viendo lo paralizada que estoy, mira a la pava.

–¿Perdona? Ni siquiera te conozco y le dices a esta pobre chica que soy tu novio. Anda que vas lista con ese cuerpo de plástico. Prefiero mil veces comerme el culo del picotazo que picotear el tuyo plastificado.

El chico me coge en volandas como si fuera una princesa, más que nada porque con el picotazo, que al final resulta ser un maldito tábano y soy alérgica (no en plan shock anafiláctico), pero tengo las piernas paralizadas y ahí se queda la pava, sin novio y con la cara más roja que el culo de un mandril".


¿Os ha molado? Me dan ganas de presentarlo al premio ese de Amazon...