El otro día publiqué en mi cuenta de Instagram una imagen parecida a esta:
(La original no la encuentro por ningún lado, leñe).
El caso es que las instrucciones del post eran claras: continúa la historia tal cual está en el último comentario que veas publicado.
Ocurrió que nos vinimos muy arriba y quedó una historia muy larga. Mi idea, en un principio, era subirla a stories, pero después de ver que son casi 740 palabras, me parece que lo mejor es ponerla por aquí. Así quedará para la posteridad.
No me enrollo más. Aquí tenéis la historia que hemos creado entre todas:
"Meto la punta de los dedos en el agua y una corriente me sube por las
piernas. Desde pequeña sufro de talasofobia y cada vez que intento
meterme en el mar, sucede lo mismo.
Me paralizo en la orilla y mi mente divaga con lo que puede estar
esperándome más allá.
Como soy valiente, cojo mis gafas y aletas y allá voy.
Me dirijo por la orilla al chiringuito más cercano. Algo toca mi
pierna de repente y me paralizo. Era un plástico. Me río de mí
misma y sigo adelante.
El chiringuito me permite disfrutar de la visión del mar mientras
saboreo una cerveza. Apoyo las gafas y las aletas en el mostrador.
Sonrío al camarero y le digo con mi expresión más divertida:
–¿Cuántos margaritas me das si te bailo con esto puesto delante
de todo el mundo la canción que tú elijas?
El tío se echa las canas grasientas para atrás y me mira con asco.
Un palillo reuda por su lengua y su carraspeo flemoso de fumador
veterano me da escalofríos. Siempre que hago esto suele funcionar.
Como mínimo un par de copas y una conversación me las llevo. Pero
es verdad que suelo tener otro público. ¿Dónde está el muchacho
que me pareció ver al llegar?
–¿La canción que yo elija? –pregunta el camarero. Afirmo
sonriente–. Ve subiendo a la barra, que voy preparándola…
Huyo mientras no mira y me dirijo de nuevo al mar. Me sumerjo con el
vaivén de las olas y me dejo llevar. Una ola, otra, otra… Una
última sacudida y mis gafas van a parar al fondo del mar. Mi corazón
palpita con tal fuerza que dejo de sentir mi propia respiración. Mi
cuerpo no reacciona. ¿Qué me está sucediendo?
Miro al cielo. No lo puedo creer. Mis brazos duelen muchísimo, lo
mismo las piernas. Una extraña sensación de desconcierto recorre mi
cuerpo. A lo lejos escucho ecos de voces olvidadas. Después solo
sobrevino la oscuridad.
Veo al muchacho del bar. Lo miro, le sonrío y le pestañeo con todo
el glamour del de que soy capaz. En ese momento siento un pinchazo
intenso y rompo el momento mágico.
–¡Leches! –exclamé–.
¡Algo me ha pinchado el culo!
Me lo tomo a risa, pero de
repente siento que mi culo se agranda un nivel que no sabía si
explotaría en cualquier momento. Maro hacia donde él está, pero ya
no era él. No sé qué está pasando ni en qué se ha convertido.
Viene hacia mí, parece uno de esos bichos de Harry Potter, pero aun
así, siento curiosidad por saber qué va a pasar.
Es un mosquito del tamaño de una
gaviota. Intento quitármelo de encina golpeándolo con las aletas,
pero el bicho no cede ni un milímetro.
Me hago la valiente de nuevo y
salgo del agua. Voy poco a poco sin pensar demasiado en lo que hay
debajo del agua. Algo roza mi pierna otra vez y me agarro a lo
primero que encuentro y no es otra cosa que un brazo moreno. Subo la
mirada hasta que me doy de bruces con unos ojos verdes que me miran
extrañados.
Me estoy volviendo loca con el
mosquito zumbando en mi oído. Agarrada del brazo del chico que me
mira como las vacas al tren y mi miedo al agua, que con el mosquito
el miedo era menos miedo. De repente una mano golpea mi cara y miro
de dónde viene. La autora de semejante guantazo es una rubia
solicitada que me mira con cara de asco.
–¿Qué narices haces cogiendo
el brazo de mi novio?
Me mira altiva y ahí me quedo
con mi cara ardiendo por el guantazo, la picadura del mosquito en mi
trasero y pálida porque no puedo moverme del sitio.
El chico, viendo lo paralizada
que estoy, mira a la pava.
–¿Perdona? Ni siquiera te
conozco y le dices a esta pobre chica que soy tu novio. Anda que vas
lista con ese cuerpo de plástico. Prefiero mil veces comerme el culo
del picotazo que picotear el tuyo plastificado.
El chico me coge en volandas como
si fuera una princesa, más que nada porque con el picotazo, que al
final resulta ser un maldito tábano y soy alérgica (no en plan
shock anafiláctico), pero tengo las piernas paralizadas y ahí se
queda la pava, sin novio y con la cara más roja que el culo de un
mandril".
¿Os ha molado? Me dan ganas de presentarlo al premio ese de Amazon...